es, en promedio, lo que cuesta alquilar un disfraz en una tienda de disfraces de Cali.
“Este año el que más pidieron fue el de Harley Quinn. ¡Eh, ave maría, sí que han llevado ese disfraz!»
Son incontables las fiestas de disfraces que se harán este fin de semana y el próximo en Cali con motivo de Halloween. Y como ya se ha vuelto costumbre en la capital vallecaucana, la actividad de disfrazarse siendo adulto está más vigente que nunca.
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De hecho, hay gente que busca descrestar con sus trajes. Algunos alentados por la plata de los concursos de las fiestas de disfraces y otro puñado por simple placer. Como ese muchacho que se aguantó la incomodidad de tener tijeras en las manos toda la noche.
“El disfraz más llamativo que he confeccionado fue uno del Hombre Manos de Tijera, al que se le hicieron todos los accesorios y quedó perfecto. Se trabajó con pasta, alambre y pues tela”.
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La que habla detrás del mostrador es Cristina Montoya, administradora de La Casa del Disfraz, unos de los negocios de alquiler y confección de disfraces que hay en la zona de El Cedro y Alameda, centro de Cali.
“Se ha movido bien. No te puedo decir cuánto he vendido o alquilado, pero te puedo decir que se ha movido bien este año. De pronto por lo que el 31 cayó en día de semana. Eso hace que las fiestas se repartan entre dos fines de semana; el de antes y el de después. ¿No ve que ahora hay fiestas hasta el 4 y 5 de noviembre?”, dice la mujer.
Solo en dicho sitio, para esta temporada, se tienen dispuestos 1200 disfraces, esperando a los cientos de caleños que disfrutan verse como sus personajes favoritos, así sea por unas horas. Aunque, según Cristina, aquello de disfrazarse es realmente algo más de las mujeres.
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“Para las mujeres cada año hay que innovar, eso sí, siempre con gran toque femenino, con faldas en tutú. Cosas muy delicadas y sexys. Los hombres en cambio tratan de disfrazarse con lo que tienen en la casa, por eso el negocio de los disfraces para hombre no es bueno. Más el de la mujer, que se preocupa por verse bonita. El hombre viene y se pone una capa, un gabán y ya. Siempre quieren salir de paso vistiéndose de Drácula o algo así muy cómodo y muy económico”, cuenta Montoya con gracia.
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El alquiler de un disfraz varía dependiendo si es para niño o para adulto. También cambia el precio por los detalles, el material en que esté elaborado o si lleva o no accesorios.
Por ejemplo, el alquiler de un disfraz para niño está entre $25.000 y $35.000. Si por el contrario lo que quiere es mandar confeccionar uno hecho a la medida le puede costar entre $80.000 y $120.000, “dependiendo el gusto de la persona y la dificultad que requiera”, dice la experta.
Para los más grandes el alquiler va desde los $35.000 hasta los $80.000. Para un disfraz personalizado y exclusivo, deberán meterse la mano al bolsillo y pagar entre $160.000 y $170.000.
“Este año el que más pidieron fue el de Harley Quinn. ¡Eh, ave maría, sí que han llevado ese disfraz! Lo tradicional son las piratas, los ángeles negros o superhéroes como la Mujer Maravilla. Los de Harley Quinn no los tenía para alquilar sino que fue gente que me los mandó a hacer. Saqué más o menos unos diez, pero traté de darle a cada uno su toque diferente”, cuenta Montoya.
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En La Casa del Disfraz trabajan por esta temporada, hasta el próximo 7 de noviembre, 15 personas, casi todas mujeres, quienes se encargan de labores tan diversas como garantizar la seguridad en la entrada, asesorar a los compradores con los trajes y lavar, planchar o hacer uno que otro remiendo a los vestidos.
En el lugar hay de todo: capas, camisones, pantalones, overoles, sombreros y gorros, diademas, diademas con orejas de animales, diademas con cuernos como en la película ‘Maléfica’, trajes de marinero, de samurái, de enfermera, de payasa. De todo.
Uno de payasa es el que se mide Ángela Velásquez, estudiante de odontología de 28 años a quien se le ha dificultado encontrar el disfraz perfecto, ese que realmente la “fleche”, como ella misma dice.
“Esto me gusta. Me he disfrazado como cinco veces antes, ya estando grande. Todavía no sé de qué disfrazarme, ando indecisa”, dice la joven mientras se mira con cierta duda la falda colorida del traje de payasa que tiene puesto.
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“Lo que pasa es que tenemos pediatría y vamos a hacerle una fiesta de integración a los niños, para que nos vean disfrazados. Es como para quitarles un poquito el miedo a ir al odontólogo”, cuenta Ángela sonriendo.
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En la tienda, entre los estantes, los trapos coloridos y los ganchos con disfraces colgando, solo hay un hombre. Sin embargo no es un comprador: es el acompañante de la estudiante de odontología. Parece confirmarse la hipótesis de Cristina.
“Las mujeres somos las que amamos esto de los disfraces. Por ejemplo, esto es un ‘hobbie’ para mí. Yo realmente soy administradora de una finca que cosecha cítricos. Pero me encanta diseñar y cada año abro esta tienda, por esta época”, sentencia Montoya desde atrás del mostrador.
Claro, como toda regla, la teoría del disfraz como gusto femenino tiene sus excepciones: los muchachos que hacen cosplay vestidos de Ash Ketchum o Sasuke, los ‘freaks’ de las convenciones de Star Wars y, por supuesto, el muchacho del disfraz del Hombre Manos de Tijera. ¿Quién sale a rumbear con unas tijeras en las manos? Alguien que ame disfrazarse.